La naturaleza limitó a la mujer desde que la Evolución optó por eliminar el hermafroditismo. De ahí en adelante -dado que fue en su cuerpo que se desarrolló una bolsa para la formación de nuevos brotes de la especie-, sus fuerzas físicas, emocionales e intelectuales, quedaron al servicio de la crianza.

El tiempo y el progreso fueron aligerando esas cargas, y la modernidad  da fe de una mujer que maneja su fertilidad, que asimiló conocimientos, que tiene voz y voto y está capacitada para subir al gran escenario de la vida y  jugar un papel valioso.

En nuestra parte del mundo, la mujer del Siglo XXI está por alcanzar la paridad con el hombre –en remuneración por el trabajo, subiendo los peldaños de las jerarquías empresariales, y participando en la gestión de gobierno-  para enfrentar los retos de un mundo cada vez más complejo y poner en vigencia ese cúmulo de talentos, ese potencial inmenso que estuvo asfixiado durante tanto tiempo. Las conquistas que aún nos faltan están a la vista y al alcance, y bastará mantenernos activas y solidarias para completar, en corto plazo, nuestras aspiraciones.

Pero se celebra el Día Internacional de la Mujer. Hay que elevar la mirada y contemplar nuestro redondo planeta, saber cómo están nuestras hermanas en países que aún son tribus rudimentarias, y donde,  dominadas por restricciones arcaicas, las mujeres no viven, sólo existen.

En lo personal, me atormenta saber que en África y Asia, nada menos que en veintinueve (29) países, incluyendo naciones como Egipto, Irak e Indonesia, aún se lleva a cabo la idea más monstruosa que fue  posible concebir para garantizar el comportamiento decente de las mujeres: la ablación de los genitales femeninos, salvaje procedimiento que les elimina el clítoris y sutura la vagina para que jamás piensen en el sexo sino como un servicio que rinden para satisfacer al hombre. ¡Tal es el dolor que causan esos cortes, que se necesitan cuatro parientes para agarrar a la niña mientras la tasajean en parte tan sensible, y sin anestesia! Un considerable porcentaje contrae  infecciones y fallece.  Y siempre, la recuperación es larga y dolorosa; el trauma, imborrable.

También pensemos en los numerosos países donde la ortodoxia religiosa exige esconder a la mujer bajo telas, vivir su término de vida recluidas en las casas…cuando ellas, como nosotras, llegaron al mundo dotadas de inteligencia y dones que jamás podrán desarrollar.

Y nos corresponde, así mismo, sentir las heridas, físicas y morales, de tantas mujeres que son blanco de la violencia y la lujuria, violadas y asesinadas, en países que no se afanan por brindarles protección.

El Día Internacional de la Mujer exige que pensemos en las mujeres que no tienen nada que celebrar. Instemos de viva voz a las organizaciones con acceso a buscar fórmulas que detengan para siempre la ablación femenina, el maltrato y las violaciones, y que sensibilicen a los gobiernos ortodoxos  al inmerecido desperdicio que es privar a sus mujeres de sus derechos.